No es lo que era ni lo que quería ser. Irreconocible.
Tal vez una maraña de miedos, herencia de las pérdidas. Tal
vez un cadáver.
Tal vez una jauría de fantasmas con los que tiene
una relación civilizada.
¿Murió naturalmente o la mataron? Tal vez un poco de ambas.
¿Cuántas almas sobreviven al desgaste, la impotencia, la
melancolía o la soledad?
Después de todo, ¿cuántas almas viven realmente hoy en día?
Melancolía; enfermedad de tristeza persistente, intoxicación
de recuerdos, sobrecarga mental.
Soledad; leal, fría y cálida, irónica, aliada y enemiga,
constante, eterna. Repleta de todo y a la vez de nada.
Cansancio. Lo que queda de cargar con ese peso muerto del
alma agonizante, del caos de pensamientos sin poder apagar la conciencia, del
jugar al escondite con los temores, la rabia y los dolores. De todos, de todo,
de mí.
Muerte. Una y otra vez muere el alma. Cuando no hay donde
correr, lágrimas para llorar, abrazos que recibir, bondad para entregar. Hasta
que resucita para seguir el mismo ciclo.
Muerte es lo que pasa una y otra vez.
¿Y si tal vez morimos
juntos, una y otra vez?
No quiero seguir muriendo sola. ¿Y si tus demonios y
fantasmas se entendieran con los míos? Quien quita, quizá nos abandonen para
ser felices juntos.
¿Te quedarías, una y otra vez, viviendo y pereciendo con
esta alma extraña? Quizá en los fallecimientos sucesivos podrías guiarme para
reconocerme o reinventarme.
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