Ahí estás, siempre sentado a los pies de mi cama, esperando pacientemente que algún día no te soporte, que tu presión en mi psiquis pueda más que mis ganas de andar y termine cediendo. Me miras sonriente, casi sádico, cínico, sátiro, cada noche; a veces te inmiscuyes en mis sueños convirtiéndolos en pesadillas que luego, cuando despierto sudando llorando o con rabia, celebras divertido, satisfecho.
Me miras igual que la otra, sentada cómodamente en el sillón de la esquina. Ella, la ambigua, altiva y humilde, la amiga que odio, la enemiga que valoro. Siempre ahí, mirándome; unas veces me tira, me confronta, me duele, en su silencio acostumbrado donde resuena el eco de mis pensamientos. Otras me abraza, me acoje, y entonces me envuelve, me calma; irónicamente su lealtad no tiene límites. Es la única que no abandona.
Y así compartimos mi habitación, conviviendo en este trío disfuncional.
A ti te miro con desprecio, te aprendo, te supero, te sobrevivo. Reconozco las batallas que me ganas pero sabes que no desistiré hasta ganarte la guerra. Eres persistente, yo soy la terquedad encarnada. Y el orgullo que me queda me mantiene firme, aun si me ves de muerte lenta y tirada al suelo, sigo firme.
A ella la acepto, después de todo crecí con ella. La miro con tristeza y con agradecimiento. Con ella me debilito y me fortalezco, me oprime y me obliga a respirar. Aunque me queje, en realidad es mi amiga fiel y en parte, la necesito.
Y así, sépanlo ambos, que hasta el día que cruce mi puerta, la que sé que vendrá sin conocer el cuándo, y quedemos los cuatro en el mismo sitio, seguiremos en esta rutina de (in)sana convivencia.
A ella la odiaré y la amaré siempre, me tiraré a sus pies mientras me estrella para luego consolarme y seguiremos en nuestra relación pasivo-agresiva.
A ti... A ti te miraré con desdén, te ignoraré o te haré frente si estoy de humor o según sea necesario y siempre cruzaré la puerta para salir a vivir aun cuando tu pretendas inmovilizarme. A estas alturas, ya debes saber que no soy como los demás. Yo aprendí a coexistir con ustedes y los demonios que me han creado. Así, con el peso y el estorbo de caminar rodeada por sus malditas creaciones, seguiré haciéndolo y nadie nunca dirá que me di por vencida, aun cuando a veces lo he llegado a desear con desesperación.
Y sobre la cuarta de nosotros, bueno... Será en otra ocasión.
"All the mistakes one life contained, they all finally start to go away. Now that we're here it's so far away and I feel like I can face the day, I can forgive and I'm not ashamed to be the person that I am today".
jueves, 2 de mayo de 2013
Alma
Cínica. Desfigurada. Un alma hecha una extraña.
No es lo que era ni lo que quería ser. Irreconocible.
Tal vez una maraña de miedos, herencia de las pérdidas. Tal
vez un cadáver.
Tal vez una jauría de fantasmas con los que tiene
una relación civilizada.
¿Murió naturalmente o la mataron? Tal vez un poco de ambas.
¿Cuántas almas sobreviven al desgaste, la impotencia, la
melancolía o la soledad?
Después de todo, ¿cuántas almas viven realmente hoy en día?
Melancolía; enfermedad de tristeza persistente, intoxicación
de recuerdos, sobrecarga mental.
Soledad; leal, fría y cálida, irónica, aliada y enemiga,
constante, eterna. Repleta de todo y a la vez de nada.
Cansancio. Lo que queda de cargar con ese peso muerto del
alma agonizante, del caos de pensamientos sin poder apagar la conciencia, del
jugar al escondite con los temores, la rabia y los dolores. De todos, de todo,
de mí.
Muerte. Una y otra vez muere el alma. Cuando no hay donde
correr, lágrimas para llorar, abrazos que recibir, bondad para entregar. Hasta
que resucita para seguir el mismo ciclo.
Muerte es lo que pasa una y otra vez.
¿Y si tal vez morimos
juntos, una y otra vez?
No quiero seguir muriendo sola. ¿Y si tus demonios y
fantasmas se entendieran con los míos? Quien quita, quizá nos abandonen para
ser felices juntos.
¿Te quedarías, una y otra vez, viviendo y pereciendo con
esta alma extraña? Quizá en los fallecimientos sucesivos podrías guiarme para
reconocerme o reinventarme.
Peticiones
No me cargues con culpas que no me pertenecen, que las mías
ya me traen con exceso de carga.
No me digas que soy inútil o estúpida. Estoy demasiado sensible.
No me digas que soy inútil o estúpida. Estoy demasiado sensible.
No me juzgues por lo que fui; intento huir de mi peor versión
y perdonarme me cuesta. No ha sido fácil derrotar sola al monstruo que tantos
ayudaron a crear.
No insistas en que nunca cambiaré o en que repetiré mis
errores anteriores o en recordármelos uno por uno; yo mejor que nadie los
conozco, por eso intento resarcirlos.
No me pidas que no me queje; sonreír y callar es un disfraz
elaborado que no todos los días quiero vestir. Déjame gritar, llorar, maldecir
por dolor o rabia… a mi misma, a ti, al mundo.
No me digas que respire si el aire a veces pesa.
No me hables de paciencia o esperar que el tiempo pase; ha
pasado tanto tiempo y la mierda no se va. Estoy harta del aguante que tanto me
exigen.
No me exijas fortaleza; las fuerzas a veces me abandonan.
Tengo derecho a pedir ayuda o a echarme al suelo si no puedo más.
No me mandes a callar por favor. Las palabras a veces me
desbordan, necesito alguien que me escuche sin sermonearme con todo lo que ya
dije.
No tengas lástima de mi, no me mires acabada aun cuando así
me sienta. No esperes que lo pida porque los restos de mi orgullo no me dejan. Dame
la mano, levántame, abrázame, escúchame, guarda silencio y ámame, demuéstrame,
sosténme, acompáñame en mi infierno mientras pasa la oscuridad y resguardame en un abrazo, y dibújame el
sol en un beso y una mirada que me ayude a mantenerme en pie cuando no me soporto ni yo misma, cuando no puedo conmigo.
Paréntesis.
Abro paréntesis.
Voy a tus brazos. A descansar en tu pecho y sincronizar mis latidos con los tuyos.
Repaso con mis dedos cada parte de ti, te miro como si fuera la última vez que pudiera hacerlo, tengo grabado cada detalle de tu rostro... Así puedo verte claramente al cerrar los ojos.
Se eriza mi piel al contacto con la tuya...Tus manos y mi piel se reconocen, se atraen, se necesitan.
Y te miro y no quiero dejar de hacerlo porque temo que si espabilo te desvanecerás.
Me acurruco en ti, me abrazo a ti y a la paz que me das. La que siento desde la primera vez que nerviosamente te besé y tímidamente me tocaste. Esa paz de haber encontrado el lugar al que pertenezco. Porque desde la primera vez que te vi, te amé, y supe que te amaría siempre y un día más. Supe que sería tuya y supe que te quería mío. Supe que mi lugar está contigo. Y es que a tu lado dejo atrás el enorme vacío, los dolores y sin sabores de mi vida. ¿Y si te vas? Espanto la idea. No quiero que suceda nunca. Cierro paréntesis.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)