Su caja de cristal la protegía. Las emociones y sentimientos no
podían tocarla, y lo único que respiraba era la tranquilidad de estar
lejos de la gente y del maldito mundo. No le importaba vivir en el
letargo del vacío, viendo circular constantemente imágenes de lo que
había sido su vida, que desfilaban sin orden pero con todo el sentido.
Su
mente despierta aún, era una observadora de la lucha entre su perro de
arriba y su perro de abajo, y entre más fluían sus ideas, más consciente
era de que su tarro de basura estaba a rebosar; Perls la torturaba por
esos días.
Y así hubiera seguido en el discurrir del tiempo, del
que hacía mucho se había desconectado hasta que su fuerte fue profanado
por todos los sentimientos y emociones existentes, y fue arrojada al
mundo que tanto aborrecía.
Cayó durante el Carnaval de los
personajes siniestros… La bienvenida fue dada por el payaso coronado,
cuya risa era una mueca y sus chistes eran mordaces críticas a cuanto
ser vivo cruzaba por su camino; triste defensa para no admitir que sin
importar su abolengo y reconocimientos en el reino, su existencia era
sombría y patética por su inmensa egolatría que lo alejaba del amor que
tanto anhelaba.
Detrás del payaso brincaron dos
criaturas…el primero, el Mimo Olvidadizo, fabuloso imitador de vidas y
creador de historias, quien duraba tanto tiempo maquillado que perdía
las memorias de su vida real y las mezclaba con sus abundantes
fantasías. El segundo, el Enano gruñón, de apariencia bastante
llamativa, igual o más ególatra que el payaso pero de interior amargo,
pues perdió su corazón en algún lugar del bosque y aún intenta
encontrarlo.
Los tres cogidos de la mano danzando la
rodearon y ella empezó a sentirse asfixiada…Logró escabullirse por
debajo de sus manos y tropezó entonces con el perverso Titiritero,
coleccionista de marionetas y experto estratega; colgando de su mano
derecha llevaba una Muñeca tuerta que entonaba una melodía fastidiosa,
tenía mejillas rosadas y sonrisa pícara y había perdido un ojo al ser
amarrada por él y por el ojo que le quedaba, lo veía todo hacia fuera y a
la vez nada hacia dentro.
Una vez más se sintió invadida y
huyó despavorida temiendo que su libertad fuera robada pero en su
camino se atravesó un hermoso y noble corcel blanco llevado por el
Príncipe cadáver y transportando a la Princesa con la máscara de
perfección y su sonrisa permanente, que ocultaban la ramera incitante
que tanto reprimía y disfrazaban de ternura su abundante hipocresía.
Sintió asco y a la vez sonrío para sí misma ante el ridículo acto e hizo
la reverencia obligada siguiendo su camino antes que a la damisela se
le diera por mostrar su verdadera naturaleza y quisiera pisotearla con
su caballo.
La Muñeca descarada salió casi de la nada,
danzando y riendo a carcajadas; lucía vestido y tacones rojos, y el
cabello negro como su conciencia pero postizo como su ilusoria
independencia; esa sí que no conocía la represión y el amor propio lo
dejó abandonado en la cueva donde encontró el tesoro, esa fue su
perdición. Ella la miró con repulsión, sintió lastima al verla vacía
pero también repugnancia de su sucio estado de juguete usado de mano en
mano y tirado una y otra vez.
De repente, sacándola de sus
cavilaciones, sintió en su cuello la respiración agitada de una bestia
babeante; el lobo mostró sus dientes y lanzó sus garras, ella lo esquivo
y casi milagrosamente oscureció, salió la Luna y otras tantas bonitas
Muñecas huecas lo distrajeron de su objetivo y él como siempre, lascivo y
básico corrió tras las presas fáciles.
Ella se escondió detrás de
un árbol esperando un respiro de tan agobiante algarabía pero la risa
tenebrosa de La Bruja del bosque la obligó a emprender de nuevo la
huída; suficiente tenía con lo visto como para añadir demonios o
espectros intentado robar los rastros de Luz de su alma.
Ahora
a oscuras, sentía latir su corazón fuertemente, tanto que temía ser
escuchada por alguna otra criatura nefasta. Caminó con cautela rogando
ser invisible, salió del bullicio del desfile y encontró un camino
solitario pero silencioso…Solo divisó a lo lejos al Don Juan de palabras
baratas, al Indeciso que tiraba la moneda de cara y sello sin nunca
elegir alguna, a la Joker con sus interminables juegos y a La Gran
Serpiente amarrada de la cola al Tótem de piedra del Flautista por obra
de la Anciana Vudú y su ejército de sombras.
Ya casi sin
aliento y algo desorientada, vio salir el Sol y por primera vez, desde
su caída, sintió paz. Luego fue abrumada por todas las emociones y
sentimientos, se sintió agobiada y perturbada, como hacía tanto no lo
hacía, lloró, gritó y maldijo, se sintió inmundamente viva y recordó ese
día por qué odiaba al mundo.
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