martes, 23 de octubre de 2012

A los 12 años.


Verte crecer y presentir tu camino,
Verte llorar por el amor ausente, 
Verte sufrir por el amor silente, 
Verte esperar señales que nunca aparecieron.

Abrazarte, mientras me aturden tus gritos,
Sentir tu dolor en mi pecho,
Derramar una lágrima muda contigo,
Por darte ánimos, por parecer fuerte,
Por todos los sueños que ese día en ti murieron,
Los imposibles, los que en realidad te asesinaron.
Te mataron por dentro.

A los 12 años lloré contigo,
sin que pudieras sentirlo, sin que pudieras verlo.
Lloré porque lloraba un niño,
Lloré porque supe que era el día de tu muerte.

Cambios, penumbras, 
Ojos apagados, ojos muertos,
Tan muertos como el ideal que tenías de tu madre,
Tan tristes como la impotencia que debió sentir tu padre.
Tan solos, tan idos...
Sin alma, sin bríos.

Tan rojos de llorar o de drogarte,
Tan opacos divagando en otros mundos.
Tu voz se hizo un hilo, tu alegría te abandonó.
Hasta tu cuerpo tomó forma de cadáver,
Perdiste cuántos kilos?

Dejar de verte. No escucharte.
Orar por ti, por luz en tu camino.
Temer lo que presentí,
Lo que a los 12 años vi en tu destino.

Dejar de verte e imaginarte,
en tu carrera suicida, en tu muerte buscada,
no la de tu alma que fue destruida,
no la de tu espíritu, si ya no sientes nada.

Verte de lejos un par de veces,
Verte vagando, verte como un extraño.
El extraño en que te convertiste desde los 12 años,
Acordarme del niño que aun me duele,
Del que creció conmigo y tomaba mi mano,
Pensar que te me fuiste y aun a pesar del tiempo,
Vivir matando esperanzas que sé, serán en vano.

Pensarte y elevar plegarias,
Porque al menos cuando te llegue la hora,
No sea para ti una agonía, 
No tenga ese trance ninguna demora.

Llorarte en silencio como siempre lo hago,
Resignación. Angustia. Melancolía.
De nuevo resignación. 
Seguir con mi vida, guardarte luto en cada pensamiento.

Pensarte días seguidos,
Y como hoy, temer el aviso
Que nos confirme que ya te has ido,
Que no te veremos, que se ha cumplido
El vaticinio que vivimos temiendo. 
A pesar de todo, tengo un especial ruego,
Que donde estés puedas sentir,
Que te hemos querido.
Te perdonamos.
Perdona.
Te seguimos queriendo.



Por más discusiones que haya dentro de tu casa,
Por más que creas que tu amor es causa perdida,
Ten la seguridad de que ellos te quieren
Y que ese cariño dura toda la vida. 




De la noche.


Bajo el sol deambulamos siendo parte de la masa. El trabajo, la familia, los amigos, el bus, el restaurante, el cine, el parque, las escuelas, la plaza, la oficina, el hospital, el estadio, el café, el bar ... Todo de todos y donde están todos.
Y se es el que para bien o para mal termina encajando en la Zoociedad. Toma vida el disfraz, la máscara, el maquillaje, el antifaz; que juega su papel en el teatro gigante de la dichosa convivencia.
Unos menos ocultos bajo el ropaje, unos expertos actuando y otros pésimos pero nunca del todo genuinos.
En el día somos lo que nos imponemos ser para sobrevivir. Somos lo que las normas dicen, lo que la diplomacia y las buenas maneras imponen, lo que la moral y la religión exige, lo que el orgullo nos impulsa. Somos mierda de aquí y de allá, la sonrisa engañosa, el abrazo frío, la palabra vacía, el beso acostumbrado, el saludo obligado.
Así hasta que acaba el día. Entonces arremete la noche; la soledad y el silencio no engañan, la oscuridad  nos cubre y solo quedamos nosotros. Nosotros con lo que sentimos, lo que pensamos, lo que tenemos, lo que soñamos, lo que nos duele... Nosotros y ese peso de vivir insatisfechos, porque irónicamente la armadura pesada o el fastidioso disfraz pesa menos que responderle a la vida sus cuestiones.
En la noche todo vuelve a ser real y la almohada declara la guerra. Todo es verdad y la verdad siempre duele. En la noche nos encontramos cara a cara con quienes originalmente somos, con la debilidad, el temor, el desamor, la cobardía, las pérdidas, la culpa, el fracaso, la frustración, la angustia y la cuenta regresiva.
No hay escondites ni salidas, solo queda la confrontación, la parte de nosotros que justifica cómo actuamos y nos mantiene a flote y con la cordura a medias mientras permanece en disputa constante con la parte que juzga, que nos hunde y es cruel pero objetivamente hiriente. 
En la noche los demonios nos torturan; los de antes, los de ahora, los que vendrán, los de adentro, los de afuera... El pasado regresa a cobrar cuentas y el futuro te mira burlón restregándote que el tiempo no se detiene. Descubrimos que no hay Chanel que cubra lo más podrido de nuestro interior, ni Jolie que disimule el cansancio de estar vivo o lo horripilante de nuestro ser real. 
No hay iglesia que conforte o amigo que distraiga, no hay alcohol o droga que nuble el pensar o amor que ilusione y brinde felicidad.
En la noche está lo oscuro, lo feo, lo triste, lo tóxico, lo cruel y lo doloroso en su resplandor.
En la noche estamos con lo que somos y lo que más odiamos de nosotros mismos; nos odiamos, nos rendimos, nos culpamos, nos arrepentimos, lloramos, queremos huir o morir. Y entonces cerramos los ojos y escapamos de la única forma que podemos, si se nos permite dormir y apagar la mente... Y morir por horas para volver al día, a caminar bajo el sol no siendo nosotros, solo siendo uno más. 





martes, 9 de octubre de 2012

Carta I: Confesiones a un amigo con derechos.


Octubre 8 de 2012.
Querido amigo:
Soy pésima expresando lo que siento, tú lo sabes de primera mano. Las palabras se esconden de mí y me cuesta demasiado hacerlo; sería todo fácil si pudieras leer mi mente y sé que nada te gustaría más, aunque mis pensamientos podrían ser un arma de doble filo. A pesar de todo, tomé la decisión de escribirte ya que insistes en atiborrarme de preguntas; qués, cómos, cuándos, por qués, dóndes, para qués, quiénes… Las respondo mil veces para mí misma pero se pierden en los laberintos de mi cerebro y huyen cada vez que intento hacerlas salir, y no sé si seré capaz de entregarte esto o de ser clara mientras lo escribo pero puedes contar con que al menos lo intenté.
No te amo, o bueno, no me atrevería a decir tal cosa porque no te amo como algo más de lo que somos. Ni siquiera me atrevo a afirmar que estoy enamorada de ti, aunque no niego que algunas veces todo se torna caótico. Entonces me alejo, huyo y salgo corriendo lejos como la cobarde que dices que soy, me refugio en la distancia fría y espero que todo vuelva al orden. Algún día quizá cambiarán los papeles, de hecho me temo que ese día haya llegado. 
Te quiero… Sí, mucho. No sé si te sirva de algo y soy consciente de mis limitaciones para demostrarlo, sé que incluso nunca te lo digo. Mis abrazos son extraños, más bien incómodos, y lo noto en tu rostro cada vez que lo hago, sin embargo, es lo que puedo darte. Incluso debo decir que por más que me esfuerce en que mis demostraciones afectivas parezcan naturales contigo, siempre terminan pareciendo accidentales. 
Tú en cambio eres tan cálido, te fluyen las caricias, los besos y algún te quiero que no puedes contener más. A veces me asusto porque pienso que te enamoraste de mí, hasta que me calmo y mi razón me dice que sencillamente así eres tú; paradójicamente eso es lo que más me gusta y necesito de ti.
Eres consentidor y cariñoso, y yo en el fondo una consentida que necesita ese motor para sentirse en paz. Por eso y más te extraño cuando no puedo verte o escucharte y solo me queda la compañía de tu foto en mi cartera.
Y en el fondo, sé que tú lo sabes. Te has acostumbrado a descifrarme, a entender cada uno de mis gestos, de mis silencios y mis bizarros y accidentales cariños. Me conoces, no sé hasta qué punto con claridad, pero me conoces aun cuando no me permito abrirme totalmente a ti.
Te pediría paciencia pero ya debes haberla agotado. No obstante, sabrás que no es fácil para mí hacerlo; todo en mi cabeza está meticulosamente planeado y estructurado, cada decisión, comportamiento o palabra han sido pensados y analizados una y otra vez con sus respectivas consecuencias. Y aunque confío en que no notes todo, sé que no eres tonto aunque eres tan bueno como yo en aparentar serlo.
Has sido mi soporte y mi refugio, eres como la droga que me hace olvidar todo cuanto puede dolerme y por eso, cuando el dolor se apodera de mí busco desesperadamente tus besos, tu abrazo, tus caricias, tu cuerpo; me embriago en tu aroma y olvido todo mientras me pierdo en ti y me encuentro en la sincronía de nuestra anatomía.
He pensado que de alguna u otra forma te uso pero, ¿No haces tú lo mismo conmigo? ¿No mitigas tu nostalgia o tu soledad cuando somos uno?  No me justifico, o quizá inconscientemente intente hacerlo pero, solo puedo pensarlo de esta manera para no sentirme una más del montón de zorras de la que denigras constantemente.
¿Y qué me dices de los celos? ¿Acaso soy la única que los ha sentido? En realidad de eso no estoy tan segura, tu afirmas nunca haberlos tenidos pero tu furia de poseerme después de mis affairs temporales es la misma que palpita aturdiéndome desde ese día en que me hablaste de ella. Sí, de esa tipa con título. Siento envidia y me duele, me frustra pensar que puedes ser de alguien más. Y estoy convencida que en este preciso instante piensas “no soy una propiedad”, y si bien es cierto que no eres un objeto, si eres la persona que quiero a mi lado.
Sueno egoísta, me escucho y todo vuelve a ser confuso, te quiero a mi lado y te quiero para mí, pero no estoy segura de quererte con título como te quiere ella. Y sin embargo, muero de celos, y pienso en que si te lastiman de nuevo no sé de qué sería capaz. Mereces ser feliz, quiero que lo seas, pero el miedo o lo que sea me cohíbe de hacerte feliz por mi cuenta, entonces solo puedo aceptar que ella, mucho más valiente y decidida, asuma el reto de hacerte sonreír todos los días.
Notaste la frustración en mi abrazo la última vez, y por primera vez fluyó; te abracé y recorrí tu rostro con mis dedos, te miré una y otra vez, te besé delicadamente, y luego con desesperación, saboreé tus labios y mis manos te gritaron que no quiero dejarte ir. No, no quiero dejarte ir, aunque no te lo haya dicho en ese momento y quizá no seas capaz de decirlo al mirarte a los ojos porque tampoco me atrevo a pedirte que te quedes sin tener algo que ofrecer más allá de lo que ya te he dado. En este punto no me hubiera parecido tan mala la idea de que estuvieras enamorado de mí.
Por eso, al final de esta carta, que no es más que una lista de pensamientos aleatorios sobre ti, lo único que puedo pensar es en seguir guardando silencio. Porque prefiero que seas mi amigo y no un recuerdo, y prefiero en honor a todo lo que me haces sentir y lo que te debo, dejarte ir aunque no quiera porque me importa más ver esa sonrisa en tu rostro. Te quiero, sí, aunque nunca te lo digo y no sé si te lo diré. Te quiero sin cómos, cuándos o por qués. Te quiero. 

Tu amiga sin derechos. 


  
Amigo, sigues empeñada en ser mi amigo,
que me cambie el corazón de sitio,
no llevo el amor en un bolsillo.
Insisto, soy parte de tu piel no soy tu amigo,
soy el padre imposible de tus hijos,
no creas que no he pensado lo que digo.


En honor a mi gran amiga en la distancia, a una amiga que perdió los derechos o al amigo que los perdió con ella. Mrs Bing, Con profundo afecto y con mi amistad y gratitud eternas.