Erase una vez el payaso coronado que vivía en una pocilga porque nada
poseía. Lo acompañaban siempre tres fieles hechiceras, que crearon un reino
para satisfacer sus caprichos, pues nunca fue consciente de la gravedad de su
ruina.
Permanecía soberbio y altivo, incluso se rumoraba que había perdido la razón
junto con su riqueza; y solo eso explicaría lo aberrante y absurdo de su mente
retorcida y negro espíritu.
El reino a primera vista era hermoso pero no era más que una ilusión, un
encantamiento de las hechiceras para
mantener bajo control a su majestad el payaso. Sólo podían ver la realidad las
personas sabias de espíritu puro; pues quienes tenían el alma negra o la mente
pobre, quedaban atrapados en su espejismo para siempre y se convertían en
súbditos del reino.
Respecto al payaso, puedo decir que era bien parecido, su risa era una mueca
y sus chistes eran mordaces críticas a cuanto ser vivo se cruzaba por su
camino; no conocía el amor propio, solo mantenía su ego llamando la atención, inspirando la lástima de quienes le rodeaban o
pisoteando a los más débiles.
Le gustaba pensarse único y alardear de su abolengo, la maldad fluía por
cada uno de sus poros, era como niño pretencioso que vivía para cumplir cada
uno de sus deseos. Usaba a las personas para satisfacer sus antojos, engatusaba
efebos y damiselas por igual, envenenaba vidas con solo una palabra y ser la
manzana de la discordia le resultaba placentero; mentiras, cizañas, calumnias,
abusos, maltratos eran sus herramientas predilectas.
Asimismo, aparentaba tener una personalidad fuerte, incluso podía impactar a
quienes le veían por primera vez pero solo era un remedo de ser humano, vacío
enorme, oscuridad encarnada, envidia y lujuria en dos patas, generador de caos,
lo más denigrante, lo más patético, los bajos instintos, lo más básico.
Se alimentaba de espíritus sombríos para engrandecer su natural oscuridad y perseguía espíritus puros para robar su luz;
su más preciado talismán era un Cristal violeta, que le permitía odiar y ser
odiado, dañar y perturbar a plenitud, porque convertía su oscuridad en luz y lo
liberaba del merecido karma.
Tal vez se preguntaran cómo conozco la historia y tal vez no me creerán si
les digo que lo sobreviví de primera mano; porque alguna vez lo tuve cercano, estuve
en su reino y fui su huésped, aunque nunca entendí muy bien la razón… He dudado
de la pureza de mi alma, sin embargo su apestosa podredumbre nunca me fue
velada del todo; también pensé que mi
mente era pobre pero a pesar de que no llegué a aborrecerlo en ese momento, no
pude confiar plenamente en él y veía claramente que era un ser lastimero y
lúgubre.
Pues bien, solo puedo atribuir ese encuentro al Destino, porque sin
pretenderlo durante mi estancia, su maquillaje quedó corrido, sus máscaras
cayeron rotas, sus ropas rasgadas y le sucedió la peor de sus desgracias:
perdió su amado talismán. Aun no sé si tuve algo o mucho que ver, o más bien,
no sé cómo tuve que ver en el asunto, puesto que se que en el universo no hay
casualidades, sino causalidades.
Solo tengo la certeza de la alegría que me embarga porque el talismán está
libre repartiendo su brillante luz por el mundo, porque se debilitó el príncipe
bufón y algunos lograron despertar de la enajenación y el espejismo que causaba,
y me doy por bien servida ya que
semejante zángano sigue revolcándose en su miserable putrefacción.
De vez en cuando lo veo en su andar rastrero, con su patética y deplorable
existencia… y él de lejos me maldice, no sé exactamente por cuál de sus
infinitas desgracias; puedo sentir su mala vibra y su oscuridad intentando
dañarme o dañar a otros, no obstante, me tranquiliza que él siempre será un patético bufón con ínfulas de príncipe y que ya nunca más logrará
salir airoso, pues el karma esta vez le pasará la cuenta.